El servicio de la camisa

(P. Breughel el Joven, La oficina del recaudador de impuestos, 1615)

(Hace quinientos años)

En la crisis que vivía Castilla durante el verano de 1520, don Íñigo Fernández de Velasco, condestable del Reino y señor de Villalpando, se encontraba en una posición delicada. La llegada del rey don Carlos con su corte de flamencos había relegado el protagonismo de los nobles del reino a un papel secundario con el consiguiente malestar, que se manifestó abiertamente en las cortes celebradas en Valladolid (1518) y en Santiago y La Coruña (1520).

Al terminar estas últimas, el condestable consideró una humillación inadmisible la desatención con que le trató Fernando de los Cobos, secretario de Estado, pues en vez de entregarle personalmente el reconocimiento del monarca a su presencia y apoyo en esas cortes, se lo hizo llegar a través de un criado. Como no estaba dispuesto a consentir semejante afrenta, decidió devolver la carta al mismo rey mediante un mensajero que envió a Flandes. Además, se desentendió de los asuntos del reino y se retiró a Villalpando, sin proporcionar al cardenal regente la protección que necesitaba en tiempos tan turbulentos y que, por otra parte, tampoco le había solicitado. Este puntilloso desahogo no le salió gratis, ya que le privó de las ricas dietas con el rey premiaba su participación en las cortes.

Unas semanas más tarde, a mediados de junio, al igual que en otras partes de Castilla, en las tierras de Burgos estallaron graves disturbios, de modo que sus propiedades en esas comarcas y en la misma capital reclamaron su presencia. En un primer momento, consiguió calmar los ánimos y logró controlar la ciudad gracias a su habilidad para moverse con éxito en situaciones críticas y salir airoso, aunque también le ayudó el refuerzo de más de cuatrocientos soldados que hizo llegar de sus tierras de señorío. Sin embargo, el descontento de los burgaleses fue en aumento hasta que a finales de agosto le forzaron a salir de Burgos y refugiarse en Briviesca.

Pero el control de la ciudad de Burgos durante ese tiempo tuvo su precio. Sin las dietas de asistencia a la cortes y sin cualquier otra ayuda proveniente del rey, el reclutamiento de soldados, la compra de armas y municiones y la fabricación de pólvora supusieron  grandes gastos que amenazaron peligrosamente las arcas del condestable.

Sin duda, ese conjunto de circunstancias le empujó a exigir una impuesto especial a los vasallos de uno de sus señoríos más ricos. Así que a finales de junio, mandó a Pedro de Muñatones, su alguacil mayor, que se trasladase a Villalpando para cobrar un servicio extraordinario, que en la villa llamaron enseguida el impuesto de la «camisa», sin que se pueda precisar el motivo de tal nombre.

El impuesto de la camisa

Llovía sobre mojado, de modo que la presión fiscal sobre las gentes de Villalpando y su tierra alcanzaba niveles que no estaban dispuestas a tolerar. Esto explica su reacción inmediata ante la nueva carga que les llegaba desde Burgos y que se sumaba al servicio aprobado en las cortes de Valladolid, que aún debían, y al nuevo servicio forzado en La Coruña; sin olvidar que seguían  pendientes los gastos de la visita del rey.

Se trataba de cargas tributarias distintas y en el caso del servicio conviene precisar en qué consistía, quiénes estaban obligados a pagarlo y cómo se organizaba su recaudación. Mientras los gastos de la visita real a una villa o ciudad solían cubrirse mediante la sisa y otros impuestos generales, los servicios eran una carga fiscal que afectaba solamente a los pecheros, al pueblo llano o plebeyos; y dejaban exentos a hidalgos y clérigos.

En cuanto a la recaudación, a efectos administrativos y fiscales Villalpando estaba dividido en “cuartos” (que en otras partes llamaban vecindades, parroquias, barrios, collaciones…) según las iglesias más principales: Santa María, San Isidoro, San Nicolás y San Pedro. Al frente de cada cuarto estaba un procurador que le representaba en el concejo y levantaba los padrones de vecinos para hacer eficaces los repartimientos de los impuestos[1]; también tomaba otras decisiones importantes que afectaban al cuarto y se acordaran en reunión de sus vecinos.

La oposición de los vecinos al nuevo servicio fue tan contundente que un año más tarde el juez encargado del proceso contra los comuneros de la villa incluyó una pregunta en el interrogatorio de los testigos. En ella quedan patentes la dura reacción de los vecinos y el afán justiciero del condestable contra los que le alborotaron la villa y le dedicaron “palabras de desacatamiento y blasfemias”.

“XX. Ítem, si saben (…) qu’el año pasado de quinientos e veinte, esta villa de Villalpando e su tierra se opusieron a no pagar a su señoría el servicio qu’ellos llaman “de la camisa”. E sobre ello hubo grandes alborotos e levantamientos, e nombraron çiertos procuradores por los cuartos de la villa, y enviaron a Tordesillas e a Valladolid sobr’ello. Digan y declaren quiénes fueron los qu’enviaron la Junta e quiénes los alborotadores, e [qué] palabras de desacatamiento e blasfemias dixeron contra su señoría”[2].

Rechazo del servicio

En las declaraciones de los testigos se encuentra una información valiosa y bastante completa sobre este episodio antiseñorial en Villalpando durante los primeros momentos de la rebelión comunera.

Entre ellas ofrece un interés especial la respuesta de Diego Herrero, que en ese momento actuó de oficio como procurador de la villa, asistido por Francisco Alonso, escribano del concejo. Cuando recibió la provisión real de manos de Pedro de Muñatones, hizo llamar a los representantes de los cuartos para informarles del servicio solicitado y ordenarles que procedieran a repartirlo de acuerdo el padrón de vecinos.

A esta infausta noticia, los representantes le respondieron que antes de hacer lo que se les pedía, querían dar parte a sus convecinos, por lo que convocaron reuniones en cada cuarto. La postura de los vecinos fue unánime: no se pagaría sin antes comprobar si se cobraba en otros lugares. Pero antes de llegar a ese acuerdo hubo discusiones y enfrentamientos que a un vecino, llamado Juan Rodríguez, estuvieron a punto de costarle un disgusto: como se manifestaba contra el parecer común y “daba voto para que se pagase”, otros vecinos le quisieron maltratar.

En el día de la reunión general de los procuradores de los cuartos con el concejo, el representante de San Isidoro, Juan de Villalpando, se presentó en la plaza del templo; iba acompañado por unos ochenta vecinos que, aunque estaban desarmados, imponían por su número y actitud, hasta el punto de intimidar a su mismo representante, que llegó a “jurar a Dios que antes perdería él la cabeza y la hacienda que hubiese de consentir (en el pago del servicio), porque no quería que le apedreasen sobre ello[3].

Con el encargo de comprobar si allí también se pagaba, Diego Herrero recabó información de Zamora, Toro, Medina de Rioseco, León, Benavente y “otros lugares comarcanos”. Le dijeron que en todos ellos se había pagado un servicio parecido al de la camisa. Pero los vecinos de Villalpando no quedaron satisfechos e insistieron en su postura inicial: no lo pagarían si tampoco lo hacían en Segovia y Valladolid, ciudades entonces convertidas en referentes políticos para los partidarios de la Comunidad.

Ante tanta reticencia y quizá para no alterar más los ánimos en una situación que cada día se hacía más compleja, el condestable dejó pasar un tiempo hasta que desistió en su propósito de exigir el servicio de la camisa a sus vasallos de Villalpando, como testificó el mismo Diego Herrero, el procurador del concejo: “… este testigo vio después una carta de su señoría por la cual desía que se sobreseyese el dicho servicio hasta ver si se pagaba en todas partes”[4].

Conclusión

En su estudio introductorio a las actas que aquí hemos utilizado, Tomás López Muñoz comenta con acierto hasta qué punto influyó este episodio antiseñorial en la adhesión de los vecinos de Villalpando a la causa comunera:

“En definitiva, al tiempo que la situación de crisis económica posibilitaba que el ideario comunero calara con más fuerza en una población campesina asfixiada, la respuesta antiseñorial se manifestó como uno de los principales resortes en el proceso revolucionario de las Comunidades en Villalpando: si la autoridad señorial permitía desafueros y agravios recaudatorios había que eliminar la autoridad señorial. Para ello había que invertir el orden social en la villa: los servidores del condestable, que hasta entonces ocupaban los principales puestos administrativos y económicos de la villa, debían dejar su puesto a los favorecedores de la Comunidad”[5].

Tras la descripción de este hecho, se comprende mejor el entusiasmo con que los villalpandinos recibieron al ejército comunero del día 3 de diciembre de 1520 y su empeño en implantar la Comunidad durante los meses siguientes. Como el mismo condestable reconoció en carta al emperador, el pueblo había gustado la libertad:

 “Los males de estos Reinos van cada día creciendo. Y la cosa está en tal disposición que ni a Vuestra Majestad le ha quedado oficial de justicia ni de hacienda y, como los pueblos van gustando de libertad, hállanse tan a gusto con ella que si Vuestra Majestad tarda, cuando quiera remediarlo, no podrá” [6].

Nota. En la imagen del texto, José Ramón Almeida ilustra los hechos de Segovia, en la revista digital Más Castilla y León.


[1] LÓPEZ MUÑOZ, T., Proceso contra Bernardino de Valbuena, el comunero de Villalpando (Ediciones de la Universidad de Salamanca, 2019), p. 47, nota.

[2] LÓPEZ MUÑOZ, T., Proceso…, p. 107.

[3] LÓPEZ MUÑOZ, T., Proceso…, p. 141.

[4] LÓPEZ MUÑOZ, T., Proceso…, p. 155.

[5] LÓPEZ MUÑOZ, T., Proceso…, p. 47.

[6] DANVILA Y COLLADO, M., “Carta original del Condestable de Castilla al Emperador, fecha en Burgos á 5 de Septiembre de 1520”, en Historia crítica y documentada de las Comunidades de Castilla, en Memorial Histórico Español  XXXV-XII (Madrid, Real Academia de la Historia, 1897-1900). Tomo II, p. 105.

Un comentario en “El servicio de la camisa

  1. Muy interesante. Gracias a ti vamos conociendo la historia comunera de Villalpando. Hay un dato en tu crónica que confirma nuestra certeza sobre las riquezas de la villa: trigo, viñas, montes y ovejas.

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