Cinco días después de su precipitada salida de Valladolid, día 10 de marzo de 1520, Carlos I llegó a Villalpando tras visitar a su madre, la reina doña Juana, en Tordesillas. Las circunstancias adversas con que el rey inició esta etapa de su particular camino de Santiago impidieron a los villalpandinos contemplar la comitiva real en todo su esplendor, pues parte de ella quedó unos días más en Valladolid antes de encaminarse a Benavente. No obstante, cabe imaginar el impacto que la llegada del rey con su séquito más selecto produjo en una villa de unos dos mil habitantes. Más aún tratándose de una corte con una presencia muy importante de extranjeros, habituados a formas de vida muy distintas a las predominantes en esta tierra, como describe Joseph Pérez:
“El nuevo soberano llegó, pues, a España con las costumbres y gustos de un gran señor borgoñón. Amaba el lujo, los atavíos complicados, los banquetes refinados e interminables, las partidas de caza, las fiestas minuciosamente reglamentadas, las justas, los torneos, la vida brillante en la que había transcurrido su infancia en la Corte de Bruselas, en ese mundo feudal, aristocrático y caballeroso cuyos gustos e ideas compartía: cultura francesa, culto al honor, las proezas y la gloria” [1].
En la narración de esos hechos los cronistas de la época destacan, ciertamente, los festejos que celebraban la visita del rey a ciudades y villas, pero también recogen con frecuencia los problemas que planteaba la llegada de un séquito tan numeroso formado por gentes muy distintas (nobles, consejeros, funcionarios, guardias y soldados, criados de los más diversos oficios…). Muchos de los miembros de la comitiva real estaban acostumbrados y probablemente demandarían comodidades que no les podrían proporcionar en la mayor parte de los lugares donde se detenían.
Para organizar su hospedaje la casa real contaba con aposentadores que precedían a la comitiva con varios días de antelación; eran los encargados de buscar acomodo a todos los miembros del séquito real de acuerdo con su rango y condición. También solían determinar el coste de la estancia y negociar con el regimiento (ayuntamiento) la obtención de los fondos necesarios. Carecemos de información acerca del modo como se resolvieron estos problemas de logística en el caso de Villalpando. Lo más probable se acudiera a la sisa[2], como solían hacer en caso de gastos extraordinarios y como hicieron en ciudades y villas en este mismo viaje.
Todo ello permite suponer que los vecinos tuvieran pocas ganas de festejos, toda vez que debían soportar la presencia no siempre grata de gente extraña en sus casas y el encarecimiento de los productos básicos (pan, carne, vino…) en el mercado. No parece desacertado pensar que en la villa del condestable se repitió la actitud que adoptaron los burgaleses días antes, según resumió un cronista de la ciudad: “Aunque de oficio se le hicieron algunas fiestas, en la ciudad el recibimiento debió ser glacial” (Ver Como sospechoso enemigo) De buena gana hubieran perdonado el bollo por el coscorrón.
Los festejos
La información existente sobre los festejos organizados con motivo de la visita real a Villalpando es escasa, pero constata que sí los hubo. Nos la proporciona Luis Calvo a partir de un documento recogido en el libro de cuentas del ayuntamiento[3], al que añade algunas consideraciones que proporcionan al relato un tono colorista, un tanto naif. Dice así:
«Durante la estancia de Carlos V en Villalpando celebraron nuestros mayores en honor del monarca festejos extraordinarios. Quemaron pólvora y tiraron muchos tiros a su llegada; desfilaron ante el emperador 100 espingardones y muchos peones, hombres de armas de la villa, saludándole muy graciosamente con las gorras en las manos, y después prepararon un torneo, que hicieron en la misma plaza de armas del palacio.

El gasto de la justa fue este que se sigue: -A los trompetas dilos 8 reales. –A los obreros que anduvieron en derramar arena y echar agua, 8 maravedises. Fernando de Santa Martía; a Moreno, 8 maravedises; Andrés de la Colaga, dos días medio real; al gavillero, un cuartillo; Alfonso Rodríguez, id.; Cebral, id. Anduvón Gómez Sánchez y Fernando Sánchez y Maroto, dos días a traer agua, tres reales. – Soga para la tela, 26 maravedises.- Las carretas que trajeron la arena, dos reales. –De clavos para prender la tela, dos reales.- De hilo y agujas, 25 maravedises. –De la comida de los ajustadores, 1.241 maravedises. –di a Juan Gallego y a Foyos para las lanzas y tela 9.267 maravedises”[4].
Los festejos tuvieron lugar en la plaza de armas del palacio, por lo que no estaban dirigidos al conjunto de los vecinos.
Teniendo en cuenta los usos y las costumbres de la corte borgoñona, los banquetes ofrecidos intentarían satisfacer los gustos de los huéspedes. Ante la carencia de información directa, una minuta de la época nos puede aportar alguna idea acerca de los manjares y bebidas habituales en las grandes celebraciones. Se trata de la cuenta de gastos que hicieron los cofrades de la Santísima Trinidad con motivo de su fiesta, unos meses después de la visita real. Cito literalmente otro pasaje de Luis Calvo:
“El año 1520 aparece una cuenta en el ayuntamiento de los gastos que se hicieron el día de la función, que dice así: Gasto de la fiesta de la Santísima Trinidad: -Diose peras, castañas y vino. –Ocho cestas de cerezas y guindas a 20 maravedises cada cesta.- Siete libras de arroz a 9 maravedises. –Canela, media onza, 20 maravedises. –Aceite, media libra, 24 maravedises. -.Miel, media azumbre, 30 maravedises. Sal, medio celemín, 8 maravedises. –Vino tinto, dos cántaros y medio e dos azumbres a 37 la cántara. –Vino blanco, una cántara, 34 maravedises. –Carnero, trece raciones, a 7,5 libras que se dio a los frailes e 30 libras que se comió el día de la fiesta. –Vaca, trece raciones, e 25 para la comida. –Más tres cabritos, 7,5 reales. –Cocinero, medio real. –La que amasó el pan y los molletes, un real. Más de vinagre e pimienta e manteca. –Más de leche 4 azumbres.- Más un mozo y una bestia que fue a moler el trigo, 1 real”[5].
Aparte de otras consideraciones sugeridas por esta minuta, conviene notar que sólo nos proporciona una idea muy genérica sobre los banquetes que disfrutaron Carlos I y sus acompañantes en Villalpando, pues la cuaresma les imponía la abstinencia de carnes y el invierno les impedía degustar las cerezas y guindas de la tierra
Una audiencia real en dos actos
Al tiempo que el condestable agasajaba al rey y a su comitiva tuvo lugar un episodio que, sin influir directamente en cuanto acontecería meses más tarde, sí contribuyó a ensanchar la grieta que separaba a Carlos I de las ciudades castellanas.
Villalpando era aquel “primer lugar delante de Tordesillas, camino de Santiago”, donde quedaron citados los procuradores de la ciudad de Toledo por los consejeros reales, como concesión de última hora ante los acontecimientos que precipitaron la salida del rey de Valladolid. Durante el viaje, a los comisionados por Toledo, Pedro Lasso y Alonso Suárez, se juntaron los procuradores salmantinos, Pedro Maldonado y Antonio Fernández, que tenían la orden de ponerse de acuerdo con aquellos en la exposición de sus quejas y peticiones.

El domingo, día 11, después de la misa, los representantes de Toledo y de Salamanca se presentaron en el castillo para solicitar audiencia del rey. Y ya en ese mismo momento sufrieron la primera contrariedad: no les recibió el rey sino sus consejeros García de Padilla y el obispo Mota, con el encargo de sonsacarles las verdaderas intenciones de su demanda de audiencia. Ante la negativa de los procuradores a revelar sus motivos, los consejeros amenazaron con denegarles la audiencia solicitada. Una vez más, las malas artes de Chièvres interferían en las relaciones de los castellanos con su rey. Así le disculpó el cronista Sandoval:
“Sospechóse que esta diligencia que hicieron don García y el obispo fue porque como en aquel tiempo el emperador era mozo y sabía poco de negocios, por industria de Jeures [Chièvres], que era discreto, quisieron saber primero lo que los de Toledo le querían decir, para tenerle prevenido de lo que había de responder”[6].
Cuando llegó la hora de la audiencia, el rey recibió a los procuradores toledanos en presencia de algunos consejeros castellanos, de su secretario Francisco de los Cobos y, como no podía ser menos, de su privado flamenco Chièvres. Los toledanos “le hicieron una larga habla”, insistiendo en las peticiones repetidas por toda Castilla: que no se fuera de estos reinos; y, si no le quedaba más remedio, que “mandase dejar tal orden en la gobernación que diese parte de ella a las ciudades del reino”, y que no pidiese a las cortes la aprobación de ningún servicio nuevo.
Sin prestar demasiada atención a estos discursos, Carlos I se limitó a darse por enterado; más tarde les respondería. Pedro Mejía, otro cronista oficial, recogió la actitud del rey y los términos de su respuesta:
“El Emperador, aunque tenía suficientes respuestas con qué confundirlos y convencerlos, templando su justa indignación, no quiso entrar en juicio con sus siervos, antes dijo que les había oído y les mandaría responder, y lo mismo respondió à los de Salamanca, que después hablaron por su parte, y en sustancia pidieron lo mesmo, y le significaron cómo tenian órden de su ciudad que en todo se conformasen con los mensajeros de Toledo; á los cuales el Emperador mandó responder por el obispo de Palencia y don García de Padilla que, porque los de su consejo estaban en la villa de Benavente, para donde él partiria otro dia, que se fuesen allí, porque allí con su acuerdo les mandaría responder, y ellos lo hicieron ansí”[7].
Dos días más tarde, en Benavente, les concedió una nueva audiencia y en este segundo acto la situación pasó a mayores. Lo que en Villalpando habían sido desprecios y palabras destempladas, aquí se convirtieron en amenazas que no atendían a disculpas ni a razones.
“[A los miembros del Consejo Real] les pareció que antes merecian castigo. que ninguna buena respuesta ni satisfacción á lo que pedían; por lo cual el Emperador los mandó después llamar á su cámara, y con rostro algo severo, segun hoy dia lo cuenta don Pedro Lasso, les dijo él proprio que él no se tenia por servido de lo que hacian, y que si no mirara á cuyos hijos eran, los mandara castigar, por entender en lo que entendían (…); ellos [los representantes de Toledo y Salamanca] comenzaron á se disculpar y decir algunas causas y razones; pero el Emperador paró poco á oillas, antes se entró en otra pieza. Y luego los tomó don García de Padilla y les reprehendió de lo que hacían, diciéndoles que no era servicio el Emperador insistir tanto en impedir su partida”[8].
Por último, como persistieran en su postura, el presidente del Consejo Real, en nombre del Emperador, les emplazó en las cortes a celebrar en Santiago de Compostela:
“y después desto fueron tambien al presidente del Consejo Real, que era el arzobispo de Granada, como el Emperador se lo habia mandado, y el les dijo que lo que podían tomar por respuesta era que su majestad iba á hacer cortes á la ciudad de Santiago, donde todos los procuradores del reino se juntarían, que Toledo enviase allí los suyos con memoria de las causas que ellos habian suplicado, y que vistas y examinadas. el Emperador proveeria lo que mas conviniese á su servicio y al bien general de todos sus súbditos, y lo que ellos debian hacer era dejar de entender en aquellas cosas. y acabar con su ciudad enviase sus procuradores, como lo hacían todas las demás ciudades destos reinos y no insistiesen en la novedades que habían comenzado”[9].
[1] Joseph Pérez, La revolución de las Comunidades de Castilla (1520-1521) (Madrid, Siglo XXI, 1979), p. 113.
[2] La sisa era un impuesto aplicable a productos de primera necesidad. Consistía en entregar al comprador una cantidad de género menor al que pagaba, para hacer frente por parte del vendedor al pago de .impuestos, que debía entregar a los recaudadores.
[3] Una vez más se echa en falta el archivo municipal, que desapareció desgraciadamente en los años cincuenta del siglo pasado. De ahí la enorme importancia de los documentos recogidos por Luis Calvo.
[4] Luis Calvo Lozano, Historia de Villalpando y su Tierra (Zamora, Diputación Provincial, 1981), p. 168. Se modifica ligeramente la puntuación para hacer más legible la cita.
[5] O.c., p. 183.
[6] Prudencio de Sandoval, Historia del Emperador Carlos V, Rey de España [1604-1606] (Madrid. Madoz y Sagasti, 1846-1847). Tomo II, p. 34.
[7] Pedro Mejía, Relación de las Comunidades de Castilla (Obra escrita hacia 1550, permaneció inédita hasta 1924. Edición actual: Barcelona, Muñoz Moya, 1985), p. 22.
[8] O.c., p. 24.
[9] Ibidem.