Dos ejércitos frente a frente

La guerra había estallado en Castilla, pero había personajes bienintencionados que seguían creyendo que la paz era posible y que merecía la pena buscarla. Entre ellos se encontraba Diego Ramírez de Villaescusa, respetado por los comuneros por su ecuanimidad y simplemente tolerado por los grandes, cuyas maniobras con compartía. Confiando en su cargo de presidente de la Real Chancillería de Valladolid, se llegó a Villabrágima y trató de apaciguar a los jefes comuneros con mejor voluntad que éxito, pues no pudo aceptar sus condiciones previas a toda negociación: el Consejo del Reino, formado por “robadores y destruidores del Reino”, debía disolverse; y los tres regentes debían dimitir para dar lugar a la designación de un gobernador del Reino a propuesta de las ciudades. Como temía, el cardenal, el almirante y los grandes se negaron a escucharle una vez que conocieron la postura de los comuneros y, además, le echaron en cara su benevolencia cómplice con los rebeldes.

A pesar del fracaso de la misión del presidente de la Chancillería, el almirante y el obispo de Zamora lograron acordar una tregua de tres días que no llegaron a respetar, pues sólo duró hasta que ambos ejércitos recibieron los refuerzos esperados. En los últimos días de noviembre, las fuerzas estaban muy equilibradas: el ejército de los nobles contaba con 2.200 lanzas[1] y 6.500 infantes, y el ejército comunero con 900 lanzas y 9.000 infantes y la artillería real tomada en Medina del Campo.

Las hostilidades

En una falsa escaramuza la gente del almirante atacó los puestos de avanzadilla del ejército comunero, que respondió con dureza y rapidez, como si lo esperaran, saliendo tras los agresores que apenas tuvieron tiempo para refugiarse en Medina de Rioseco, perseguidos por algunos caballeros y hostigados por el fuego de la artillería hasta las mismas puertas de la villa. El ejército de los nobles había quebrantado el frágil acuerdo y los comuneros se consideraron dispensados de mantener su palabra. Desde ese momento menudearon los enfrentamientos, sin que ninguno de los dos ejércitos se atreviera a lanzar el ataque decisivo. El capitán general del ejército comunero, Pedro Girón[2] se mostraba reticente a entrar en batalla contra las tropas de sus parientes y amigos. Por el contrario, su primo Pedro Fernández de Velasco[3], capitán general del ejército de los nobles, aún mantenía vivos los ardores bélicos que trajera de Burgos y era poco receptivo a las llamadas a la concordia y a la prudencia que le hacían los grandes.

Como pasaran los días y los intentos de conciliación fracasaran, crecía el nerviosismo en ambos bandos. Si las milicias urbanas del ejército comunero no comprendían una espera inexplicable que retrasaba el logro de los objetivos que les llevaron hasta Tierra de Campos, los nobles veían aplazarse su deseo de dar la lección merecida a los comunes rebeldes y, lo que les pesaba más aún, valoraban los costes de mantener sus tropas en pie de guerra sin la garantía de recuperarlos algún día. Además, les preocupaba la amenaza que se cernía sobre sus propiedades si no alcanzaban una victoria definitiva y pronta.

En carta fechada el dos de diciembre[4] Pedro Fernández de Velasco contaba a su padre, el condestable, los debates que mantuvieron los refugiados en Medina de Rioseco. El cardenal regente, el almirante y los grandes mostraron unas diferencias de opinión tan profundas como los intereses particulares que les habían llevado hasta allí; y lo hicieron con tal vehemencia que sus expresiones fueron más allá de lo aconsejado por las buenas maneras, como si con sus discursos interminables pretendieran despertar agravios adormecidos y remover viejos rencores.

Cuando Pedro Fernández de Velasco, les propuso salir al campo y obligar a los comuneros a presentar batalla, el almirante reaccionó vivamente ante el riesgo de perder la villa e impuso su criterio de “guardar la batalla para la postre”. Contaba con el apoyo de la mayoría de los reunidos, que preferían acciones menos arriesgadas y resultados menos inmediatos: desgaste del ejército comunero mediante cuatro guarniciones, de trescientos caballeros cada una, que le hostigaran desde San Pedro de Latarce, Mota, Torrelobatón y Castromonte, cortándole los suministros y colocándole entre dos fuegos.

Como no alcanzaran un acuerdo, dejaron la decisión final en manos del cardenal regente que se les uniría por la tarde. Adriano de Utrecht, cansado de tanta dilación y aleccionado por las cartas del rey don Carlos, rechazó la propuesta sin contemplaciones, con una dureza inusitada; consideraba que tales guarniciones suponían la perpetuación de una guerra que cada día costaba más de mil quinientos ducados de oro a las arcas reales.

“… el Rey no tenia dineros con que sostener muchos dias el exército, que acabásemos presto esto o que fuésemos a tomar a Tordesillas, porque estas guarniciones era perpetuar la guerra y que él por algunas cosas particulares no podría ya detenerse aqui y que tambien estaba en dexar la governacion pues el Almirante no la avia acettado a lo qual todos le respondieron desabridamente”[5].

En otra carta al condestable[6], Hernando de la Vega, comendador mayor de Castillla, presente en la reunión, recogió las palabras desabridas que ese día se cruzaron:

“Desde que vino el señor conde de Haro hasta hoy se ha hablado y disputado en si se debía dar la batalla o poner guarniciones, el señor Cardenal y algunos que le aconsejaron, que son de los que no han de pelear, han estado y están en que haya batalla en todo caso, y el Cardenal habló hoy al almirante, al conde de Benavente y a otros caballeros en esta materia, de tal manera que les pareció que les tocaba algo en la honra y enojáronse; y el almirante habló algunas palabras con pasión, y el conde de Benavente dixo que si pusiesen un doctor y un licenciado atado a cada bandera de quantas habian de pelear que él seria de boto que se diese la batalla y no de otra manera”.

Ante la falta de consenso, sometieron a votación si se salía a la batalla o se formaban las guarniciones. El resultado recogió la opinión mayoritaria entre los nobles, a la vez que las razones de estrategia en que la fundaban:

“que por agora no se diese la batalla y se pusiesen guarniciones, y asi lo botaron todos los honbres de guerra que aqui están, y esto por dos cosas, la una porque ellos [los comuneros] han fortalecido a Villabraxima donde están y irlos a buscar allí a su fuerte pareció a todos que era mal consejo, y la otra porque gran parte de la tierra que hay de aqui a Villabraxima a mano izquierda del rio, que es por donde ellos vienen, es tierra de viñas y de valladares más dispuesta para infantes, que es de los que ellos tienen más, que para gente de caballo, de que tienen menos, y por esto y por las otras razones que V. S. dize se acordó lo que he dicho”

Así acabó el día uno de diciembre, cuando empezaban a circular rumores que se confirmarían al día siguiente por la tarde. Así lo contó Pedro Fernández de Velasco a su padre, lamentando el infortunio que amenazaba a su villa.

Esta tarde se levantaron los de la Junta de Villabraxima, van la via de Villalpando. Todos estos señores han acordado que vamos mañana a Castroverde con todo el exercito.  Ha sido otra buena nueva comenzarse a retirar aunque no he holgado mucho de que fuese a Villalpando. El señor conde de Alba de Aliste me ha dado veinte escopeteros para enviar a la fortaleza”[7].

Sin aclarar los objetivos de su marcha, el ejército comunero abandonó sus posiciones frente a Medina de Rioseco y se dirigió a Villalpando, señorío del condestable, que tomó sin encontrar resistencia. El ejército de los nobles salió en su persecución, pero se mantuvo en la duda de entrar en combate; finalmente, decidió aprovechar la oportunidad para encaminarse hacia el sur y recuperar Tordesillas.


Nota sobre las imágenes: Como imagen destacada, el lienzo ‘Ejecución’ de Juan Carlos González (Colectivo Eclipse); la Torre del reloj de Villabrágima y la obra ‘Salida de los comuneros de Valladolid’ de Joan Planella (1887).

[1] En este contexto el término lanza se refiere al grupo formado por un hombre de armas (caballero) y los ayudantes que le acompañaban y combatían a su lado.

[2] Pedro Girón, también nombrado en los documentos consultados Pedro Girón de Velasco, si bien su nombre completo era Pedro Téllez-Girón y Fernández de Velasco. Hijo de Juan Téllez-Girón, conde de Urueña, y de Leonor de Velasco, hermana del condestable.

[3] Pedro Fernández de Velasco y Tovar, hijo del condestable de Castilla, Íñigo Fernández de Velasco. En muchos documentos de la época aparece simplemente como Conde de Haro

[4] M. Danvila, “Carta original del Conde de Haro al Condestable de Castilla fecha en Medina de Rioseco domingo á las diez de la noche”, en Historia crítica y documentada de las Comunidades de Castilla (Madrid, 1898) Vol. II, págs. 576 y ss. En las notas de este artículo se modifica ligeramente el texto original para facilitar su lectura.

[5] Ibid., pág. 577.

[6] M. Danvila, “Carta original del Comendador mayor de Castilla, Hernando de la Vega, al Condestable de Castilla, fecha en Medina á 1.° de Diciembre de 1520” en Historia crítica y documentada de las Comunidades de Castilla (Madrid, 1898) Vol. II, pág. 633.

[7] M.Danvila, “Carta original del Conde de Haro al Condestable de Castilla…”, pág. 577.

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