En pie de guerra

Avanzaba el otoño y la hostilidad entre la Junta comunera y el gobierno del cardenal regente se endurecía y dejaba sin espacio a los indecisos y a los neutrales. En el mes de noviembre dos ejércitos poderosos se encontraban frente a frente a la espera de un pretexto para iniciar una contienda que muy pocos parecían desear.

Los contendientes

El ejército comunero tuvo su origen en las milicias municipales, que habían convertido a sus voluntarios en soldados profesionales a medida que se alargaba el conflicto. A ellos se añadieron las tropas aportadas por algunos señores, el obispo de Zamora y Pedro Girón; antes de acabar el mes de octubre recibieron un refuerzo importante con la incorporación de las tropas llegadas de Gelves[1]: “mas de quatrocientos e cincuenta hombres darmas y de doscientos estradiotas, todos ellos  con mucha determinación y voluntad de yr y estar en el servicio de la Reyna y del Rey, nuestros señores, y de la Santa Junta”, tal como escribió Pedro Girón a la Comunidad de Valladolid, si bien no dijo que consiguió su apoyo tras abonarles las soldadas debidas por su campaña en las costas de Túnez. Las alcabalas reales y las recaudaciones de la Cruzada, que la Junta administraba, habían obrado el milagro.

Adriano de Utrecht
(Jan van Scorel)

Adriano de Utrecht, el cardenal regente, que se consideraba prisionero en Valladolid, buscó la manera de acabar con una situación que le angustiaba y que le impedía cumplir con la misión encomendada por el rey don Carlos. Tras intentarlo en vano una primera vez, a la segunda, el día 14 de octubre, logró escapar para refugiarse en Medina de Rioseco. Allí recompuso su gobierno si bien los miembros del Consejo del Reino, expulsados semanas antes, habían huido hasta los dominios seguros del condestable en torno a la ciudad de Burgos. Hacia Medina se encaminaron muchos nobles con sus tropas, listos para una guerra que, a medida que pasaban los días, se hacía más inevitable por más que el cardenal regente se empeñara en impedirla,  “porque la salida de la batalla es dudosa y, en donde quiera que saliesse la victoria, todavia redundaria en daño del Reyno y assi en deseruicio de vuestra majestad”[2], razonaba al rey en una de sus cartas lamentando la difícil coyuntura que le aconsejaba ser prudente y negociar.

Otro regente, Íñigo Fernández de Velasco, el condestable, no compartía esa actitud y era partidario de acabar por las bravas con las pretensiones de las gentes del común, según él, mal adoctrinadas por clérigos alborotadores y peor guiadas por nobles e hidalgos resentidos. Había conseguido que Burgos se apartara definitivamente de la Junta comunera y acogiera entre sus muros a los nobles más intransigentes.

El desafío                                     

El último día de octubre, en calidad de regente, el condestable publicó una real provisión con instrucciones y mandatos que equivalían a una declaración de guerra[3]. Plagada de exigencias inaceptables por los partidarios de la Comunidad, esa resolución acabó con las escasas simpatías que tenía el condestable entre los miembros de la Junta. En una respuesta acorde con el tono empleado por el condestable, el gobierno comunero le recordó los atropellos cometidos por los grandes contra el Reino y le declaró deslegitimado para ejercer la regencia. Como su comportamiento actual era un atentado contra el bien común, le pedía que renunciara a ese cargo y dejara de intrigar en Burgos y en otras ciudades, y a la vez exigía que tanto él como el conde de Alba de Aliste cesaran inmediatamente el reclutamiento de soldados.

Mausoleo de Íñigo Fernández de Velasco y María de Tovar (Felipe de Bigarny)

El condestable recibió con amabilidad fingida a los mensajeros de la Junta y, tras escuchar su requerimiento, los remitió al conde de Alba de Aliste, que encarceló al jefe de los emisarios y, unos días después, mandó darle garrote vil. Esa fue su respuesta.

Semejante provocación criminal no podía quedar impune. Los gobernantes de la Junta determinaron intervenir con su ejército:

“que con los dichos exercitos vayan asy la gente de guarda de sus altezas e infantería quel Reyno tiene echa e la gente de los exercitos de las cibdades con el artillería Real e se ponga en canpo la vía e camino de Medina de la villa de Medina de Ruyseco donde esta el Cardenal con algunos de los del mal consejo.

“antes que lleguen a la dicha villa enbien un Rey de armas o tronpeta a requerir al Señor almirante de Castilla e a los vecinos de la villa que echen de alli e no tengan acogidos a los henemigos e destruydores del reyno e la gente de guerra que alli esta con protestación que sy lo hizieren la dicha villa e tierra no recibirán daño porque esta es su yntencion e voluntad e no lo haziendo tod el mal e daño que se les siguiere sea a su culpa e cargo.

“(…) que por agora no se entremetan en los lugares de los señores sy no fuere del Condestable e conde de alba de lista que están declarados por henemigos del Reyno.

“(…) que lleven grande y particular cuydado de poner e remediar como aya mucha justicia en el canpo e que no se haga fuerca a ninguna muger ni fuerca ni robo a ninguna persona particular e que este sea gravemente castigado”[4].

Los preparativos

Esperando semejante reacción, el condestable había juntado en Briviesca un ejército numeroso con otros caballeros y con varios miles de montañeses y guipuzcoanos reclutados en las últimas semanas. Por otra parte, el ejército de su hijo, el conde de Haro, estaba cerca y, en caso de necesidad, intervendría rápidamente. En la ciudad Burgos contaban con el apoyo de los hidalgos y mercaderes, pero don Íñigo no acababa de fiarse de la gente del común, que no había logrado doblegar y que parecía dispuesta a tomar la ciudad en cuanto le fuera posible.

En Medina de Rioseco la situación del cardenal regente mejoró notablemente con la llegada del tercer regente, don Fadrique Enríquez de Velasco, almirante de Castilla y señor de la villa había intentado recomponer su gobierno tras la huida de Valladolid; también se le habían unido numerosos nobles, sobre todo aquellos que tenían propiedades importantes en Tierra de Campos, y con sus mesnadas habían constituido lo que llamaban ejército de los caballeros. Eran los más propensos a la negociación, ya que cualquier conflicto supondría una amenaza a sus lugares de señorío.

Fadrique Enríquez
(Eusebio de Letre, s. XIX)

Negociaciones fallidas

El almirante propuso iniciar unas negociaciones a partir de las demandas que los procuradores de las ciudades plantearon en las cortes de Santiago-La Coruña, y los representantes de la Junta le contestaron con tres exigencias que consideraban irrenunciables: la disolución del Consejo Real, la dimisión de los regentes nombrados por el rey y la designación del gobernador del Reino que la Junta designara.

Como cabía esperar, don Fadrique Enríquez se negó a debatir tales propuestas. De ninguna manera podía aceptarlas y, muchos menos admitir las ideas políticas que las sustentaban. Le resultaba intolerable que los comuneros consideraran al rey como servidor del Reino, como “mercenario”, según le dijeron en las cortes de Valladolid de 1518.

Así se lo hizo saber, días más tarde, a la Junta de Tordesillas. Tras una introducción donde se ratifica en la necesidad del diálogo y de la negociación para remediar los males de Castilla, expone con claridad su postura:

“Verdad es que sin apartarme del reyno ni deshacer esta trinidad de dios rey y reyno que tan concebida en mi tengo: harto menos inconviniente seria que nos juntassemos en sossiego: y viessemos essas leyes que dezys que contradizen á la forma de como se hizo la gobernación: y que juntos suplicásemos al rey por el remedio, que yo señores en esto no me apartaría de vuestras mercedes. Que en las suplicaciones con humildad y obediencia pedidas todos seremos unos. Como no lo seamos pedidas de otra manera: ternia razón, y aun no se si justa, de tomar armas para essa defensa”[5].

Ante la imposibilidad de un acuerdo, el 22 de noviembre los ejércitos comuneros se internaron en los Montes Torozos, camino de Medina de Rioseco. Avanzaron sin encontrar resistencia hasta llegar a Villabrágima, donde hombres de armas del marqués de Astorga intentaron defender esta villa del almirante, pero con tan dudosa determinación que al envite de las tropas del obispo de Zamora, huyeron precipitadamente abandonando la villa y gran parte de sus pertrechos.

Sin ninguna dificultad, los ejércitos de la Junta se dispersaron por la llanura que forma el río Sequillo y ocuparon Villagarcía, Tordehumos y Villafrechós, con el cuartel general en Villabrágima.

Nota: La imagen preferente es la litografía de Julio Donón «Padilla levanta el sitio de Segovia» (1853).


[1] Gelves (Yerba o Djerba) es una isla situada frente a las costas de Túnez, que en 1520 fue sometida a la corona española. Al regreso de la expedición las tropas fueron acuarteladas en las proximidades de Sepúlveda (Segovia) y allí en el mes de octubre  recibieron las visitas de los representantes de la Junta y del gobierno real que  se disputaban sus servicios. Acabaron alistándose en ambos ejércitos, si bien el grupo más numeroso se unió al ejército comunero.

[2] M. Danvila, “Carta de D. Pedro Girón á la Comunidad de Valladolid, fecha Sepúlveda á 18 de Octubre de 1520”, Historia crítica y documentada de las Comunidades de Castilla (Madrid, 1898) Vol. II, pág. 327.

[3] M. Danvila, “Carta original del Cardenal de Tortosa al Emperador, fecha en Medina de Rioseco á 1º de Noviembre de 1520”, o.c., pág. 472.

[4] M. Danvila. “La ynstrucion que enbio la junta al duque don Pedro Girón e a otros cavalleros”, o.c., págs. 529-530.

[5] “…ansy vuestra Alteza lo debe hacer, pues en verdad nuestro mercenario es, e por esta causa asaz sus súbditos le dan parte de sus frutos e ganancias suias e le syrven con sus personas todas las veces que son llamados; pues mire vuestra Alteza sy es obligado por contrato callado a los tener e guardar justicia…”. Ordenamiento de las Cortes de Valladolid de 1518. (www.cervantesvirtual.com/bib/historia).

[6] M. Danvila, “Contestación que el Almirante de Castilla dió á la carta que la Junta de Tordesillas le escribió en 22 de Noviembre de 1520”, o.c., pág. 537.  Esa contestación fue una documento diplomático que pretendía apaciguar a la Comunidad. Para conocer la verdadera opinión del Almirante en este asunto es muy útil comparar ese escrito con la carta que dirigió a la ciudad de Sevilla el día 28 de noviembre. En ella ya no se muestra como un apacible negociador en busca de la paz del Reino, sino como un indignado regente que intenta convencer a las ciudades y a los nobles de Andalucía para que superen sus diferencias y se confederen “para ser la misma cosa hasta la venida del Rey”.

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