El paso de Carlos I por sus reinos de Castilla, camino de Santiago de Compostela, fue todo menos triunfal y, desde luego, nada parecido al viaje anterior cuando las esperanzas puestas en el nieto de los Reyes Católicos aún no habían sido frustradas. Ahora era distinto.
La creciente contestación de Toledo cundía como un mal ejemplo y era recibida con simpatía en otras ciudades movilizadas por la propaganda contestataria que descaradamente hacían algunos clérigos, seculares y regulares. Al menos, así explicaban el descontento los cronistas oficiales más ocupados en los mensajeros que en el fondo de los mensajes que trasmitían.
“Estas cosas y otras semejantes, puestas en los ánimos del común inquietaban y los frailes pública y libremente predicaban, diciendo que cómo consentían que los estrangeros disfrutasen à España: que aun no se había acabado de cobrar el servicio concedido al rey en las cortes pasadas [Valladolid, 1518] y ya quería echar otro, para dejar de todo punto barrido y sin sustancia al reino y llevar su riqueza a Alemania: y que con ser Jeures [Chièvres] en Flandes un caballero particular se había hecho de los hombres más ricos del mundo en Castilla”[1]
La carta de los frailes de Salamanca demostró la eficacia de esas protestas y en muchas ciudades (Valladolid, Zamora, Madrid, Córdoba, Burgos…) la elección de procuradores para las cortes de Santiago de Compostela presentó dificultades imprevistas para los consejeros del rey; también, a la vez que alentó comportamientos insospechados en las algunas de ellas, cumpliéndose la premonición que Anglería había hecho:
“La paciencia apurada suele convertirse en rabia. No hai asnillo tan perezoso que, aguijoneado vivamente, no levante la coz contra su amo alguna vez. ¿Qué harán los Españoles que son leones en la guerra?”[2]
El juramento de Burgos
Para hacer su entrada solemne en Burgos el rey hubo de someterse a una tradición que en circunstancias más normales no hubiera despertado suspicacia alguna, pero que en el estado de malestar que vivía el reino adquiría un significado muy especial. Antes de entrar en la ciudad los reyes debían “prestar juramento solemne de respetar y guardar y cumplir todos los fueros y libertades y franquicias y prerrogativas de la ciudad legítimamente gozaba”. Y Carlos I no sería una excepción.

Los procuradores encargados por la ciudad para tomar ese juramento fueron Juan de Rojas, merino mayor, y Juan Zumel, escribano mayor. De este modo, en medio del puente que conducía a la puerta de Santa María, el rey se encontró con un viejo conocido, con aquel procurador burgalés que dos años antes le llamara “mercenario del reino”, cuando le exigió fidelidad a las leyes de Castilla en las cortes de Valladolid (Las quejas de Castilla). Parece ser que semejante coincidencia no fue mera casualidad.
El carácter excesivamente protocolario y poco amistoso de ese recibimiento estuvo presente en los festejos que se celebraron en la ciudad durante los ocho días siguientes. En 1895, tras un estudio de la documentación del archivo municipal Anselmo Salvá, cronista de la ciudad, resumió esta visita real a Burgos con estas palabras:
“Ni holgó ni estuvo mucho tiempo en Burgos electo emperador de Alemania. Aunque de oficio se le hicieron algunas fiestas, en la ciudad el recibimiento debió ser glacial”[3].
El recibimiento que le dispensaron los burgaleses demostró que “más se recibía a D. Carlos como sospechoso enemigo que como Rey amante de sus pueblos”, escribiría Dávila[4]. Los acontecimientos que se producirían días después confirmaron que también esa era la actitud predominante en gran parte de Castilla.
Negociaciones y audiencias en Valladolid
Mucho peor le fueron las cosas a Carlos I en Valladolid. A los agravios compartidos con todas las ciudades del reino se añadía otros que afectaban directamente la honrilla de los vallisoletanos. Se consideraban peor tratado que los burgaleses, pues tan solo permanecería tres días en su ciudad, con tiempo demasiado corto para conseguir sus pretensiones: convencer a las autoridades de que se aprobase el nuevo servicio en las cortes de Santiago de Compostela.
Los consejeros del rey estaban convencidos de la influencia que ejercía Valladolid sobre las demás ciudades del reino; y para conseguir su apoyo prometieron conceder cuanto solicitaran sus procuradores en las cortes. Pero las negociaciones se alargaban, sin visos de solución y los días de permanencia en la ciudad eran insuficientes, a pesar de su diligencia:
“Apretábase esto tan bravamente, que en tres días solos que estuvo el rey en Valladolid, no hacían otra cosa día y noche más que salir de las casas del regimiento los caballeros, regidores y procuradores de la villa, con el obispo Mota, que de parte del emperador iba, y venía a rogarles que hiciesen lo que se les había pedido”[5].
Como el tiempo urgiera y los regidores de Valladolid no se doblegasen a las demandas, los comisionados del rey perdieron la paciencia y expulsaron del ayuntamiento a los regidores que no se avenían a sus deseos tras calificarles de desleales e injuriarles de varias maneras.
Mientras la corte ultimaba la marcha inminente hacia Tordesillas, dos nuevos hechos aumentaron, aún más, la tensión y la confusión que reinaban en ese momento. Por un lado, Pedro Girón, miembro destacado de la nobleza, se presentó ante el rey para exigirle que antes de partir cumpliera la palabra dada sobre el ducado de Medina Sidonia que reclamaba para su mujer. Hubo entre rey y noble una acalorada discusión con palabras atrevidas que provocaron la ira del rey hasta que el hijo del conde de Urueña optó por una retirada prudencial, aconsejado y acompañado por amigos y parientes, entre los que estaba su tío Íñigo Fernández de Velasco, condestable y señor de Villalpando.
Acabada la audiencia anterior, se llegaron al rey Pedro Laso de la Vega y Alonso Suárez, enviados por la ciudad de Toledo para “informar y suplicar cosas muy importantes á su servicio y para el bien del reino”. Como no le apetecía escuchar nuevas quejas ni tratar sobre peticiones que conocía de antemano, Carlos I se escudó en la falta de tiempo y les recomendó “que fuesen al primer lugar delante de Tordesillas, camino de Santiago”. Allí, en Villalpando, les oiría.

El motín y la marcha del rey
Por toda la ciudad la gente del común seguía con preocupación cuanto acontecía en la cámara real y en el ayuntamiento. La información parcial que recibía se desfiguraba aún más por los rumores.
“En tanto que esto pasaba, comenzóse a publicar en el pueblo, que los regidores habían ya otorgado el servicio que pedía el emperador, y que él se iba, y quería llevar a la reina su madre fuera del reino; y como el vulgo cree fácilmente lo que oye, andaban turbados y coléricos por las calles y en corrillos, diciendo que se debía suplicar al rey no se fuese”[6].
Por eso, cuando sonó a rebato la campana del concejo en la torre de San Miguel, la gente no dudó en empuñar las armas y echarse a la calle al grito: “¡Viva el rey don Carlos y mueran los malos consejeros!”. Chièvres, el privado flamenco, vio confirmados sus peores presentimientos y, temiendo por su seguridad, aceleró la salida del rey hacia Tordesillas. Lo consiguió gracias a la guardia real que abrió las puertas de la ciudad y desembarazó el camino.
“… y á 5 de marzo salió del su palacio de camino, con tanta agua y oscuridad del cielo, lo que parece que fue un presagio ó mal anuncio, de las desventuras que habían de llover sobre Castilla y sus reinos”[7].
En la tarde de ese mismo día llegó el rey Carlos I a Tordesillas calado hasta los huesos e irreconocible por el lodo, prácticamente solo pues en la huida tan rápida únicamente Chièvres le pudo acompañar.
[1] Prudencio de Sandoval, Historia del Emperador Carlos V, Rey de España (Madrid. Madoz y Sagasti, 1846). Tomo II, p. 14.
[2] Pedro Mártir de Anglería, Cartas de Pedro Mártir sobre las Comunidades (Traducción del P. José de la Canal. Imprenta del Monasterio de El Escorial, 1945), Carta 657, p. 23.
[3] Anselmo Salvá, Burgos en las Comunidades de Castilla (Burgos, Santiago Rodríguez, 1895), p. 61.
[4] Manuel Danvila, Historia crítica y documentada de las Comunidades de Castilla. Tomo I (Madrid, 1897), p. 279.
[5] Sandoval, o.c.., p. 17.
[6] Sandoval, o.c.., p. 31.
[7] Sandoval, o.c.., p. 52.
Nota: El grabado de la torre de Santa María de Burgos está tomada de maravillasdeburgos.wordpress.com (26.10.2018).
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