Relación de el origen y discurso de las Comunidades que en estos reinos de Castilla se levantaron por ausencia que el emperador don Carlos, quinto con ese nombre, hizo de ellos siendo electo Emperador en Alemania, causadas por los estranjeros que traxo consigo quando vino a ellos de Flandes.
Así empieza su crónica sobre las Comunidades de Castilla un autor anónimo contemporáneo a los hechos narrados, que según todos los indicios la escribió entre 1529 y 1531[1] y que, como él mismo reconoce, estuvo al servicio de Isabel la Católica.
Su largo título recoge la opinión más frecuente entre los cronistas de la época sobre la influencia que la actuación de los consejeros flamencos del rey Carlos tuvo en la rebelión comunera. Como indiqué en otro artículo de este blog (Una sociedad en crisis), la situación de Castilla en la segunda década del siglo XVI era extremadamente delicada, explosiva, pues se entrecruzaban y reforzaban crisis varias que en cualquier momento podían provocar un estallido social de consecuencias imprevisibles.
Las intrigas en la corte flamenca de Carlos de Flandes existieron desde el primer momento, pero con la muerte de Fernando el Católico (1516) esa corte se convirtió en un centro político donde se encontraron nobles descontentos y donde cortesanos ambiciosos que ignoraban casi todo de los reinos de España empezaron a tomar decisiones que influían seriamente en la delicada situación que éstos atravesaban.
Un “golpe de Estado”
Entre esas decisiones hubo una de gran calado como fue la proclamación de Carlos rey de Castilla y de Aragón en vida de su madre Juana I. Para justificarse los consejeros flamencos adujeron los desequilibrios mentales de la reina que la incapacitaban para gobernar; y para sortear la ley sucesoria castellana, que no permitía semejante desafuero, recurrieron a una especie de correinado entre ambos: “Doña Juana e don Carlos, su hijo, por la gracia de Dios reyes de Castilla, de Aragón…”.
El Consejo Real de Castilla y miembros desatacados de la nobleza no aceptaron esa solución y, admitiendo la enfermedad mental de doña Juana, propusieron como alternativa que mantuviera la titularidad de reino y que su hijo Carlos gobernara de hecho en calidad de regente mientras su madre viviera. Tras muchos debates, el cardenal Cisneros, regente de Castilla desde la muerte del rey Fernando, aprobó esa proclamación. “Se trata de un verdadero golpe de Estado, pues Cisneros acepta los hechos consumados para no complicar más una situación muy intrincada y peligrosa”, según Joseph Pérez[2].
Con semejantes antecedentes se puede comprender la desconfianza e, incluso, la animosidad con que acogieron al nuevo rey amplios sectores de la sociedad castellana que añoraban el reinado de sus abuelos, los Reyes Católicos. Por si no fuera suficiente, la actitud y la conducta de los cortesanos flamencos que le acompañaron en su venida contribuyeron a aumentar el rechazo inicial, según describió Alonso de Santa Cruz en su Crónica del Emperador Carlos V, unos treinta años más tarde, cuando tan sólo quedaba el eco de aquellos acontecimiento:
“… la gente baja de los flamencos se hacían muy soberbios y entraban por la fuerza en las huertas y en las posadas maltrataban a los huéspedes, mataban a los hombres por las calles, sin temor alguno a la justicia, y finalmente, intentaban todo lo que querían y se salían con ello”.
Retrato de un rey
El rey Carlos entró con mal pie en Castilla y con peor compañía y este primer contacto influyó de manera decisiva en la imagen desfavorable que los castellanos se hicieron de su nuevo monarca y en la que predominaban los rasgos negativos de todo tipo. A partir de las crónicas de la época, Joseph Pérez la resumió como sigue:

“En 1519, Carlos no era una figura popular en Castilla, tal vez a causa de que sus súbditos no le conocían bien. Ni atractivo ni imponente en su aspecto, pálido, rubio, más bien pequeño de estatura, su acentuado prognatismo[3] que le obligaba a mantener la boca abierta durante mucho tiempo provocaba burlas fáciles e irrespetuosas, y dicen bien a las claras hasta donde llegaba la estima hacia su persona. Dado que no hablaba español, parecía frío y taciturno a los pocos castellanos que habían conseguido aproximarse a él, que además le consideraban poco inteligente. Un necio, incapaz de tomar ninguna decisión, tal era la impresión que tenían sus súbditos en 1517-1518”[4].
Esta imagen perduró durante algún tiempo, apenas acallada tras la represión a que fueron sometidos los partidarios de las Comunidades. En su mejora influyó la política seguida por el rey en la década siguiente, período que Manuel Fernández Álvarez definió significativamente como “la hispanización de Carlos V”[5].
El Señor de Chièvres
No todos los contemporáneos compartían esa imagen, pero la mayoría de ellos destacaba el control nefasto que ejercía sobre el rey Guillermo de Croy, señor de Chièvres. Durante el tiempo que duró su privanza, hasta 1521, fue tal que anuló la influencia de otros consejeros:
“Tenía la cama el Chièvres junto a la del rey, y decían que había de ser así por el oficio de camarero. Y no hablaba persona con él sino en su presencia o de persona suya que él tuviese allí de su mano. Y así estaba apoderado de su persona, que para ninguna cosa el Rey era parte”[6].

Aún estaban en Flandes, cuando Chièvres empezó a disponer impunemente en los asuntos de los reinos de España y, de común acuerdo con algunos funcionarios castellanos, a partir de 1517 se entregó a todo tipo de transacciones, comerciando con los cargos públicos con gran escándalo de algunos administradores todavía honrados y de la inmensa mayoría de la población, que contemplaba el espectáculo que se ofrecía a sus ojos entre indignada, desmoralizada e impotente.
Llegado a Castilla, puso de manifiesto su altanería y su avaricia provocando el rechazo inmediato que muchos castellanos hicieron extensible a todos los flamencos, incluido el rey. Las crónicas y los epistolarios de la primera mitad del siglo XVI abundan en anécdotas y comentarios.
Así comentaba sus audiencias el autor del Relato del discurso de las Comunidades:
“Los despachos de negocios vinieron a tanto cerramiento que no avía ningún señor ni grande que, para solo aver audiencia con Xeves [Chièvres] no uviese menester andar aperreado diez días, y al cabo la avía mal, y las más de las veces le daban con la puerta en los ojos” (p. 68).
Y en una de sus cartas Pedro Mártir de Anglería aludía a la reacción que esta conducta podía provocar en los castellanos:
“La paciencia apurada suele convertirse en rabia. No hai asnillo tan perezoso que, aguijoneado vivamente, no levante la coz contra su amo alguna vez. ¿Qué harán los españoles que son leones en la guerra?” (Carta 657).
La prepotencia de Chièvres iba acompañada de una avaricia desenfrenada que dio lugar a dichos, como el saludo que se dedicaba a los ducados de oro acuñados en tiempo de los Reyes Católicos: “Salveos Dios, ducado de a dos, que el señor de Chièvres no topó con vos”. En otra de sus cartas Anglería resumió con el gracejo que le caracteriza el paso depredador del privado del rey por Castilla:
“El Capro[7], esta sima insaciable de avaricia, que no solo se traga las riquezas del Rey y de sus reinos, sino que además devora su honor y fama, ha discurrido un medio de recoger el oro que haya podido quedar de Castilla. Vendimió las viñas y ahora anda rebuscando algún rampojo que haya podido quedar” (Carta 639).
Una prueba de su eficacia depredadora la proporciona Danvila[8] cuando comenta que en 1518, cuando la señora de Chièvres regresó a Flandes, pasó por la aduana de Barcelona 300 cabalgaduras y 80 acémilas cargadas de riquezas, sin pagar los derechos correspondientes.
Poco pudo disfrutar de las riquezas acumuladas, pues mientras acompañaba al rey Carlos en la Dieta de Worms (1521) falleció por causa desconocida que para unos se trató de una gripe y para otros de un envenenamiento.
[1] Tal es la conclusión de Ana Díaz Medina en la introducción a su magnífica edición de la crónica Relación del discurso de las Comunidades (Valladolid, Junta de Castilla y León, 2003, p. 30).
[2] Joseph Pérez, Los comuneros (Barcelona, La Esfera de los Libros, 2001, p. 31)
[3] Abultamiento e inclinación marcada de la mandíbula inferior.
[4] Joseph Pérez, La revolución de las Comunidades de Castilla (1520-1521) (Madrid, Siglo XXI, 1979, p. 128)
[5] En su voluminosa biografía Carlos V, el césar y el hombre (Madrid, Espasa Calpe, 2000)
[6] Relación del discurso de las Comunidades, p. 68,
[7] En sus cartas Anglería siempre se refiere a Chièvres como el “Capro”, jugando maliciosamente con la semejanza de sonido entre Chièvres y “chévres” (en francés cabras) y el significado de aquella palabra en su italiano natal.
[8] Manuel Danvila, Historia crítica y documentada de las Comunidades de Castilla. Tomo I (Madrid, 1897), p. 83.
Muy interesante, pero me ha sabido a poco.
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