En mayo de 1291 cayó en manos musulmanas San Juan de Acre, última ciudad de Tierra Santa en poder de los cristianos. El impacto de este acontecimiento fue tal que precipitó el fin de las cruzadas, alimentando las dudas ya existentes en las cortes europeas y en el mismo papado sobre el sentido de su enorme coste humano y económico.
- Sitio de San Juan de Acre (D. Papety, 1840)
Inevitablemente, las críticas se centraron en las Órdenes Militares, formadas por monjes guerreros para recuperar y defender los lugares sagrados de la cristiandad, que con el tiempo se convirtieron en grandes organizaciones políticas, económicas y militares dotadas de un poder que los reyes veían como amenaza.
Entre ellas destacaba la Orden del Temple. Desde los primeros momentos y durante mucho tiempo, su protagonismo en esa aventura secular le granjeó respeto y admiración y le proporcionó ingentes riquezas y un poder indiscutido, pero también despertó la envidia de sus enemigos, que crecieron a la par que su poder y su riqueza.
La crisis del proyecto templario
La expulsión de Oriente privó a los templarios de su referencia originaria y les provocó una crisis de identidad. Mientras duró su presencia cristiana en esas tierras, fueron inmunes al odio y a la calumnia. No estaban al servicio de ninguna facción, aunque con demasiada frecuencia se vieran implicados en las guerras entre cristianos. Con todo, la suerte del Temple estaba ligada indisolublemente al éxito o fracaso de la cristiandad en Oriente. Por eso, tras la caída de San Juan de Acre, su poder militar fue mirado cada vez con mayor recelo por los reyes y nobles; y sus riquezas, despojadas de su finalidad religiosa, fueron objeto de codicia.
Difamación y persecución en Francia
La creciente hostilidad hacia los templarios se manifestó con toda su crudeza en el caso de Felipe IV el Hermoso, rey de Francia. Embarcado en la implantación de un gobierno central fuerte, este monarca siempre andaba escaso de dinero sin que sus drásticas medidas fiscales fueran suficientes. En 1306 expulsó a los judíos y se apropió de sus bienes, sin que esta medida bastara para resolver una situación tan grave: el reino de Francia estaba arruinado y debía una importante suma de dinero a los templarios. Había que acabar con la orden y apropiarse el tesoro que guardaba en su sede de París.

Durante meses, a la vez que lanzaban una amplia campaña de difamación contra la Orden del Temple los consejeros del rey diseñaron un plan que a mediados de septiembre del año 1307 ya estaba listo y que el día 13 de octubre de 1307 fue ejecutado con una eficacia sorprendente: en ese día todos los templarios franceses fueron encarcelados, incluido el gran maestre, sin oportunidad para defenderse. No hubo resistencia ni huidas. Asesorado por su confesor, el dominico Guillermo de París, inquisidor general de Francia, el rey había logrado que prosperara su acusación contra los templarios de los crímenes más horribles para un cristiano del siglo XIV (apostasía, homosexualidad e idolatría), por lo que les entregó directamente a los tribunales de la inquisición.
Desde el primer momento fueron sometidos a duros interrogatorios con toda clase de presiones y amenazas para que reconocieran su culpa. Como las medidas suaves no dieran el resultado esperado, los inquisidores pasaron inmediatamente a torturarlos sin piedad. Algunos hermanos, los más simples, se perdieron en las sutilezas doctrinales de los teólogos y cayeron en contradicciones que fueron su perdición; otros consiguieron defenderse de esas argucias, pero sufrieron torturas tan brutales que sólo en París murieron en el tormento unos treinta hermanos negando las acusaciones; otros muchos, en fin, fueron incapaces de soportar el tormento y acabaron reconociéndose culpables.
Entre éstos últimos se encontró el mismo maestre general, Jacques de Molay, que admitió haber escupido sobre la cruz, haber renegado de Cristo, haber practicado la sodomía y haber adorado ídolos.

El papa Clemente V protestó por la actitud del rey y la irregularidad del proceso, y en noviembre consiguió que le fueran confiados los inculpados, pero el juicio previo a que habían sido sometidos entre torturas y falsos testigos condicionaba cualquier actuación posterior. Unas semanas más tarde envió una bula a todos los reyes cristianos ordenando el aprisionamiento de los templarios y la confiscación de sus bienes. La suerte de la Orden del Temple estaba echada, pues ni siquiera el papa se atrevía a frenar la ambición y la codicia de un rey tan poco escrupuloso como el francés. A nadie extrañó, por tanto, que la esperada bula fuera condenatoria: el cúmulo de pruebas falsas y de testimonios amañados contra los templarios era tal que no dejaba otra salida. Sin embargo, resultaba difícil comprender por qué el papa imputaba a todos los miembros de la Orden del Temple unos crímenes atribuidos únicamente a los freires franceses.
Entre 1308 y 1311 el proceso contra los templarios siguió adelante, ahora en manos de una comisión pontificia. Felipe IV no cejó en sus intromisiones y en sus amenazas nosiempre veladas al papa Clemente V. Éste, por su parte, tenía dudas cada vez más fundadas sobre la culpabilidad de los acusados, pero temía las consecuencias de un enfrentamiento con el rey, que contaba con el apoyo incondicional de casi todos los obispos de su reino. Y los templarios organizaron su defensa y se retractaron de las anteriores declaraciones inculpatorias, arrancadas con engaños y torturas.
La disolución de la Orden del Temple: el Concilio de Vienne
Ante el difícil dilema con se enfrentaba la Iglesia, Clemente V convocó un concilio ecuménico en la ciudad francesa de Vienne, que abrió a finales de 1311. En el orden del día figuraban temas importantes como la organización de una nueva cruzada y la reforma de la Iglesia, pero desde el primer momento la cuestión del Temple centró los debates de los reunidos.
La mayor parte de los prelados participantes, en especial los procedentes de fuera de Francia, no encontraba pruebas suficientes sobre la culpabilidad del Temple y opinaba que, antes de emitir una sentencia, era necesario escuchar a los templarios. Esta actitud trastocaba los planes de la monarquía francesa, que reanudó su presión sobre el Papa. Felipe IV se dispuso a asistir al concilio, acompañado de una fuerte escolta militar. Entonces el pontífice se inclinó por una solución de compromiso.
Clemente V nombró una comisión, formada por representantes de todos los grados de la jerarquía y de todas las naciones para que examinaran los informes recibidos de todo el mundo cristiano y elaboraran las conclusiones a debatir. De este modo, durante los primeros meses del año 1312, de acuerdo con las deliberaciones del concilio, el papa fue publicando las tres bulas que zanjaban definitivamente la cuestión de la Orden del Temple.
- La bula Voz in excelso (5 de abril) que suprime la Orden del Temple, sin condenar ni absolver a sus miembros, prohibiendo “su estado, hábito y nombre” y “condenando expresamente a quien intente entrar en dicha orden o llevar su hábito, o comportarse como templario”.
- La bula Ad providam vicarii Christi (2 de mayo) sobre el destino de los bienes del Temple: continuarán al servicio de la cruzada, por lo que serán entregados a la Orden de San Juan, salvo en los reinos de Castilla, Portugal y Aragón, donde quedan a la espera de una nueva decisión de la sede apostólica.
- La bula Considerantes dudum (6 de mayo) sobre el futuro de los miembros de la orden: los condenados deberán cumplir las penas que les impusieran sus obispos y los declarados inocentes podrán seguir llevando una vida religiosa en sus antiguas casas o en los monasterios y conventos de otras órdenes.
Trágico epílogo

El papa se reservó el juicio de los cuatro dignatarios más importantes de la orden y lo delegó en un tribunal formado por tres cardenales. La condena fue a prisión perpetua, pero dos de ellos, el gran maestre Jacques de Molay y el maestre provincial de Normandía, no acataron la sentencia y protestaron alegando ser inocentes de todos los cargos. El rey de Francia, insatisfecho con la decisión pontificia e irritado por la actitud de los dos templarios, ordenó su muerte en la hoguera.
Esta tropelía causó gran impacto en toda Europa y dio origen a la leyenda de la maldición de Jacques de Molay contra el rey de Francia y su descendencia, contra el papa y contra todos aquellos que habían colaborado en el fin de la Orden del Temple.
Nota final: En otros reinos la suerte de los templarios fue muy diversa y, en general, menos cruel que en Francia, como veremos en el próximo artículo dedicado al proceso del Temple en Castilla.
Amigo Ángel, He leído y releído tu articulo y me ha gustado, no hace mucho vi un documental que también hablaba sobre la vida de los templarios, concretamente el documental se llamaba,Piratas y Templarios, y lo vi en el canal historia, te digo esto por si estas interesado en el.
Saludos cordiales
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La historia de los templarios es apasionante, aunque se mezcle historia y leyendas. En estos artículos estoy usando los documentos con los que preparé la novela. Ahora ando ya con otro tema, pero me sigue interesando el mundo de los templarios. Así que veré el documental que me recomiendas.
Saludos cordiales, Tomás.
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