Una sociedad en crisis

La crisis fue, sin duda, la característica más destacable de la sociedad castellana durante el primer cuarto del siglo XVI o, más precisamente, entre la muerte de Isabel la Católica y la rebelión comunera con la represión subsiguiente. En esos años se cuestionaron los fundamentos que habían proporcionado estabilidad al reino y se vivió un estado de incertidumbre que recordaba los peores momentos del siglo anterior.

A las consecuencias de la climatología adversa, que contribuía a exacerbar las condiciones precarias que sufría la mayoría de la población, se unieron los conflictos políticos y sociales que los Reyes Católicos habían conseguido acallar, pero que seguían latentes. Todos ellos, en su conjunto y con efecto multiplicador, desembocaron en la guerra de las Comunidades que asoló el núcleo central del reino de Castilla.

Ciertamente, en el desarrollo de esos acontecimientos se pusieron de manifiesto las motivaciones personales de sus protagonistas, pero siempre enmarcadas en un contexto social más amplio. Mientras que en las guerras entre naciones se estudian preferentemente los factores estructurales y societales, en las guerras civiles se tiende a conceder una influencia muy relevante a las envidias, rencores y malquerencias entre los contendientes, sobre todo cuando se les ubica en su entorno local más inmediato. Desde esta perspectiva, predominante en la mayoría de los relatos de la época y en muchos otros posteriores, la rebelión comunera fue el resultado de enfrentamientos y rencillas personales y familiares entre los líderes de uno y otro bando, según parece deducirse de una primera lectura de la documentación existente; sin embargo, un examen más profundo de la misma nos descubre el conjunto de circunstancias que rodeaban a los actores y condicionaban sus comportamientos.

Una crisis social es, pues, un fenómeno complejo que abarca aspectos múltiples y que se revela en niveles diversos, pero interrelacionados, sin que siempre resulte fácil establecer relaciones causales entre ellos. Como introducción a posteriores entradas sobre  la guerra de las Comunidades, se resumen a continuación las manifestaciones más relevantes de la situación crítica que vivía Castilla en aquella época.

Crisis dinástica

Los problemas dinásticos se plantearon en Castilla con toda su crudeza al morir la reina Isabel la Católica (1504) y llegaron precedidos de una serie de acontecimientos que pusieron en grave peligro el proyecto sucesorio hábilmente diseñado a lo largo de su reinado, cuyo objetivo principal era el mantenimiento de la unión de las coronas de Castilla y de Aragón bajo un mismo monarca. Veamos algunos momentos decisivos.

Isabel y Fernando
Fernando de Aragón e Isabel de Castilla
  • En 1497 fallecía el infante don Juan, príncipe heredero de ambas coronas.
  • En 1498 también falleció su hermana Isabel, segunda en la línea sucesoria a la vez que reina consorte de Portugal.
  • En 1500, con la muerte del príncipe Miguel, hijo de Isabel y de Manuel I de Portugal, desaparecía la posibilidad inmediata de unir los grandes reinos de la península.

A la muerte de la reina Isabel la Católica, su hija Juana fue proclamada reina de Castilla, sin que llegara a ocupar  el trono de manera efectiva a causa de su desequilibrio mental. A partir de esa fecha se sucedieron las regencias (del marido de Juana, Felipe el Hermoso, de su padre Fernando el Católico y del cardenal Cisneros), durante las cuales los grandes de Castilla intrigaron para recuperar el poder político perdido durante las décadas anteriores y para posicionarse favorablemente en la corte antes de la llegada del nuevo rey.

 Crisis política

En parte debido a la situación dinástica, Castilla vivió, además, una aguda crisis política. Las facciones políticas de nobles, sometidas durante el reinado de los Reyes Católicos, reaparecieron con fuerza dando lugar a la formación de grupos de presión que contendían entre sí por controlar el reino. Las grandes familias desenterraron sus alianzas y enemistades históricas convirtiendo las ciudades y villas en campos de batalla donde afirmaban su poder y dirimían cuestiones pendientes.

En los conflictos dinásticos los nobles castellanos dieron su apoyo al miembro de la familia real que consideraban mejor situado y más favorable a sus intereses. A ellos se unieron los nobles y consejeros flamencos que formaron la corte del príncipe Carlos cuando fue coronado como duque de Borgoña y conde de Flandes.

Guilarte, el biógrafo del obispo Acuña, resume la situación, con la agudeza que le caracteriza, al comentar el testimonio de un testigo presencial de los hechos:

“Pedro Mártir de Anglería certifica con buen tino lo que escucha en Medina en los días de la última enfermedad de Isabel. Los nobles abiertamente dicen que siempre hay ganancias cuando muchos andan desacordes acerca del mando; cada cual entonces otorga grandes cosas a sus secuaces y se las promete mayores. Una contienda en la que cuentan poco las ideas, los programas políticos y mucho el orgullo, la ambición, la sed de venganza, la lealtad ficticia (…). Tras etapa de oscurecimiento, de nuevo los poderosos, árbitros de los destinos para quitar o poner rey. Si no llegan a conseguirlo, atribúyase a la habilidad de don Fernando y a la firmeza de Cisneros, sin olvidar el papel de la ciudades que cada vez acrece”[1].

Crisis social

Durante el reinado de los Reyes Católicos en las ciudades castellanas se habían producido cambios profundos que cuestionaban la estructura social heredada. La pequeña nobleza urbana, que había controlado los concejos en el último período de la Edad Media y aún dominaba los regimientos, se enfrentaba con una burguesía emergente formada por un grupo de  letrados y profesionales liberales cada vez más numeroso y por comerciantes e industriales cada vez más ricos. Ni unos ni otros  aceptaban de buen grado el poder municipal que los hidalgos detentaban tradicionalmente.

Esos grupos emergentes eran menos homogéneos que la nobleza urbana y presentaban notables diferencias según la riqueza o el nivel profesional de sus miembros y, a medida que ascendían en la escala económica y social, tendían a identificarse con hidalgos de su ciudad, marcando distancias con sus antiguos vecinos.

Por otra parte, conviene señalar un dato que fue relevante en la evolución de la revolución comunera. La diferenciación social no fue privativa de individuos y familias, sino que también se produjo entre ciudades. A lo largo del conflicto, ciudades que en un principio lo habían promovido se apartaron del movimiento comunero y se pusieron del lado del rey Carlos.

Entre  las ciudades se dieron notables divergencias políticas que expresaban fielmente la oposición de intereses económicos que separaban a los comerciantes de las regiones periféricas de los del interior, a los exportadores de lana de los fabricantes de tejidos, al Consulado de Burgos y a los industriales y hombres de negocios de Segovia. Mientras los primeros defendían el comercio de la lana con los Países Bajos, los segundos representaban los intereses de la industria textil castellana.

Crisis económica

Por último, es preciso tener en cuenta la situación catastrófica que frecuentemente vivió Castilla durante las primeras décadas del siglo XVI. Con una cadencia incontrolada se pasaba de sequías pertinaces, que impedían cualquier cultivo y condenaban al hambre, spanish_pictures_mendigoa épocas excepcionalmente buenas, de cosechas abundantes, que abarataban los productos del campo y también traían pobreza. A ello se añadían las pestilencias periódicas que asolaban ciudades y campos. Aplicado a Toledo, puede generalizarse a toda Castilla el testimonio del historiador de la época Pedro de Alcocer:

“Bien se puede decir que en este año de quinientos siete las tres lobas rabiosas andavan sueltas, que eran hambre, guerra y pestilencia: hambre a dos ducados la hanega de trigo; pestilencia: cada día morían en Toledo ochenta cuerpos y más; guerras: en toda Castilla peleaban de noche y de día y había grandes debates”[2].                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                Se comprende que en semejante estado de necesidad los pecheros castellanos fueran especialmente sensibles a cualquier modificación tributaria que agravara más aún su situación, al mismo tiempo que les hacía más receptivos a cualquier proyecto político que incluyera alguna mejora de sus condiciones de vida.

Conclusión

La falta de liderazgo político; las pugnas entre bandos y familias de la oligarquía en lucha por el poder local; la larga tradición de resistencia antiseñorial, que afloraba en cuanto se le presentaba ocasión propicia; la crisis coyuntural de la pañería castellana entre la competencia italiana y flamenca y la necesidad de modernización; las malas cosechas que sumían periódicamente al campesinado en  la precariedad; el descontento popular por la presión fiscal y el alza de precios… Todos estos factores sumieron a la sociedad castellana de las primeras décadas del siglo XVI en una situación crítica y nos señalan las causas profundas de un levantamiento enormemente complejo como fue la revolución comunera.

 

 

[1] Alfonso M. Guilarte, El obispo Acuña. (Valladolid, Miñón, 1979), p. 44.

[2] Citado por F. Martínez Gil, La ciudad inquieta. Toledo comunera, 1520-1522. (Toledo, Instituto Provincial de Investigaciones y Estudios Toledanos, 1993), p. 18.

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