Origen de una novela

iglesia-temple

En los últimos años de mi vida profesional fue tomando cuerpo una idea que sólo pudo materializarse cuando con la jubilación dispuse del tiempo necesario para dedicarme a esa tarea.

Su origen se encuentra en una de mis visitas al remozado ayuntamiento de Villalpando, cuyo salón de actos ocupa la nave de la iglesia de Santa María del Templo, antigua sede de los templarios (ver fotografía). Esa visita y otras sucesivas me ayudaron a revivir el papel que juega la Orden del Temple en el imaginario social de los villalpandinos, que siempre han asociado la historia de su pueblo con esa Orden. Más concretamente, me hicieron recordar comentarios que, de niño, oí a mi padre:

La pista de baile de los Melitones fue una iglesia. Bueno, una iglesia no, fue un templo. En el escenario hay pinturas que son como las de las iglesias, pero esto era un templo.

Cuando le pregunté la diferencia entre iglesia y templo, me aclaró:

Antiguamente no eran los curas los que llevaban esa iglesia. Eran frailes guerreros.

No conseguí indagar más, pero tenía claro que esa pista de baile había sido antes un lugar de culto religioso y que sus fundadores y promotores no pertenecían al clero que regentaba las iglesias del pueblo, sino que pertenecían a otra organización también de la Iglesia.

Ese comentario de mi padre recogía una creencia generalizada sobre la presencia de los templarios en Villalpando, pero, como otras informaciones que también circulaban entonces, resultaba un tanto imprecisa y con frecuencia el hecho cierto de la existencia de una encomienda templaria estaba empañado por el halo de leyenda y de misterio que envuelve muchas referencias actuales a la Orden del Temple.

Volviendo a mi proyecto de novela, resultó revelador encontrar las actas del proceso contra los templarios de la corona de Castilla (Medina del Campo, primavera de 1310)[1] donde aparecía como imputado freire Lucas, comendador de Villalpando (“fratri Luce comendatori baylieu de Villalpando”).

En ese artículo también se recoge la declaración de uno de los testigos de cargo. Se trataba de Rodrigo Rodríguez, criado de la corte, que relata algo que había oído a dos frailes  del convento de San Francisco. Según le contaron, en cierta ocasión fueron a visitar a Rodrigo Yañez,  maestre provincial de Castilla, de visita en Villalpando; le encontraron en el jardín leyendo con gran atención un libro de tamaño reducido y, cuando les vio entrar, a toda prisa guardó el libro en una caja de madera que cerró con llave; a continuación, colocó esa caja en otra más grande, que también candó, antes de introducirla en una tercera más grande. Al preguntarle qué era eso que guardaba con tanto cuidado, les respondió que se trataba de un libro muy valioso, cuyo contenido no podían conocer los ajenos a la orden si se querían evitar grandes daños al Temple.

Estas referencias despertaron aún más mi interés y empecé a investigar sobre la presencia de los templarios en Villalpando desde su llegada hasta el momento de su abolición, y sobre el papel que habían desempeñado en León y Castilla. Poco a poco, fue emergiendo la figura del protagonista, freire Lucas, el último comendador, del que sólo conocía la información antes indicada. Debía, pues, proporcionarle una biografía y situarle en un contexto social más amplio donde su figura adquiriera una dimensión adecuada, de modo que personalizara el drama que la Orden del Temple viviría en 1312

En mi trabajo de documentación descubrí un libro muy interesante y poco conocido que me ayudó a comprender los momentos finales de la presencia cristiana en Oriente Próximo, al mismo tiempo que me proporcionó la clave para enmarcar gestes_Chiproisel relato de los templarios de Villalpando en un contexto histórico más amplio.  El libro en cuestión fue Crónica del templario de Tiro[2] atribuido al secretario del maestre general de los templarios y, por tanto, contemporáneo a los hechos que se narran, especialmente la caída de San Juan de Acre en 1291 y el final de las cruzadas. Estos acontecimientos tuvieron consecuencias decisivas para la Orden del Temple y, por tanto, también para nuestro protagonista, al poner en cuestión su misma razón de ser como monje guerrero. Tomando como hilo conductor la crisis de identidad de los templarios a raíz de ese relato, se inicia un proceso que culmina con la supresión definitiva de la Orden.

Estos primeros pasos me llevaron a cambiar la intención inicial de comenzar el relato directamente en Villalpando y ver la necesidad de dotar a la novela de una dimensión histórica más amplia. En consecuencia, me sometí a un trabajo concienzudo de reconstrucción de aquellos hechos hasta conducir al protagonista al escenario definitivo de su vida..

Se trataba de la reconstrucción de un tiempo y de un espacio. Suponía un regresar a los años finales del siglo XIII  y averiguar cómo eran las estructuras sociales, el poder, las relaciones entre los hombres…, pues, cuando se aborda la creación de una novela histórica verosímil, es necesario fundamentarla documentalmente; más aún en casos como el presente en los que se busca una reconstrucción lo más fiel posible del escenario donde se produjeron los hechos narrados y de su secuencia histórica

Los escenarios

Tras las andanzas del protagonista, Lucas Gil de Zamora, y de su sirviente, Mateo Senise, en  Oriente Próximo y a través del Mediterráneo, la novela se desarrolla en los reinos de León y de Castilla, que desde hacía unos sesenta años formaban la corona de Castilla.

La transición del siglo XIII al siglo XIV fue convulsa en estos reinos que vivieron más de tres décadas de guerra civil, manifiesta o latente, durante los reinados de Sancho IV, Fernando IV y Alfonso XI. Aquí nos interesa especialmente el tiempo que media entre la muerte de Sancho IV (1296) y la abolición de la Orden del Temple (1312), durante el cual desempeña un papel crucial María de Molina, la reina madre.

Como obras básicas consultadas, debo reseñar la rica aportación de María Gaibrois de Ballesteros con su Historia del reinado de Sancho IV y su biografía de María de Molina. Sobre Fernando IV me informé tanto en las memorias de este rey editadas en 1860 por Antonio de Benavides, como en la documentada biografía de C. González Mínguez. También manejé la recopilación de los acuerdos de las Cortes de la corona de Castilla de M. Colmeiro, así como la crónica de los reyes de Castilla de J. de Loaysa.

En relación con aspectos más concretos de la época estudiada, utilicé numerosos trabajos de investigadores de las Universidades de Salamanca y de Valladolid, en gran medida coordinados y dirigidos por dos grandes especialistas en la historia de la Edad Media de Castilla y León, como fueron José Luis Martín Rodríguez y Julio Valdeón Baruque. A sus aportaciones y a las de sus numerosos discípulos debo la riqueza de datos y el rigor científico. Muchos de sus nombres aparecerán en el apartado siguiente en la medida en que acudí más especialmente a sus aportaciones. A éstos y a cuantos acudí en búsqueda de información, mi reconocido agradecimiento.

Un escenario más concreto es Tierra de Campos, comarca donde tienen lugar la mayor parte de los hechos narrados en la novela, sobre todo en su parte occidental, que se conoce como Tierra de Campos zamorana.

Afortunadamente, durante los últimos cuarenta años los medievalistas antes recordados han puesto a nuestra disposición publicaciones abundantes y valiosas, cuya citación es de justicia. A los estudios pioneros de Ángel Vaca sobre la estructura social de Tierra de Campos en la Edad Media, se unió la obra de Pascual Martínez Sopena, más centrada en la Tierra de Campos zamorana y César Gutiérrez Vidal enriqueció esas aportaciones con su tesis doctoral. También consulté los trabajos de C.M. Reglero de la Fuente sobre las estructura social y política de los Montes Torozos, de H. Oliva Herrer sobre Becerril de Campos, de F. Luis Corral sobre Villavicencio y de A. Barón Faraldo sobre la Tierra de Campos Oriental.

A pesar de su importancia, los escenarios indicados son tan solo espacios más amplios que contextualizan los hechos narrados, pues la novela se desarrolla básicamente en Villalpando y también aquí pude disponer de publicaciones que facilitaron mi trabajo.

La obra pionera de Luis Calvo Lozano, Historia de la villa de Villalpando, escrita en los años veinte de siglo pasado y publicada en 1981, sigue siendo referencia necesaria para el estudio de nuestro pueblo, a pesar de que la metodología que aplicó sea más que discutible desde los criterios historiográficos actuales. Esta obra fue completada en 2003, cuando Pablo Román Allende y Tomás Osorio revisaron y pusieron al día un manuscrito inédito del mismo autor, editado con el título Parroquias, archivos y cofradías de Villalpando. En ambas obras encontramos gran riqueza de datos y, en la primera, referencias documentales únicas tomadas del archivo municipal, que se perdió definitivamente en un incendio en torno a 1950.

                 Historia1             Parr-arch-cofr

Como indiqué anteriormente, en las últimas décadas han proliferado los estudios sobre Tierra de Campos, que han aportado nuevos documentos y, lo que es más significativo, han cambiado profundamente los criterios de valoración e interpretación históricas, de modo que no se aceptan afirmaciones que no estén convenientemente validadas por fuentes y documentos fiables.

A.Vaca Entre esas publicaciones destaca Documentación medieval del Archivo Parroquial de Villalpando, que realizó A. Vaca Lorenzo en 1988. Los documentos editados en este libro proporcionan una información directa y excepcional sobre muchos aspectos de la vida en Villalpando, que van mucho más allá de los actos jurídicos que recogen. Desde el primer documento (6 de mayo de 1278) hasta el último (31 de mayo de 1499) hallamos información abundante y detallada sobre la estructura urbana de la villa, los oficios, las formas de trabajar la distribución de los cultivos, las autoridades propias y externas que validan cada documento, etc. Se trata, pues, de una publicación imprescindible a la hora de estudiar Villalpando y su tierra durante los dos siglos finales de la Edad Media. Hay que destacar, además, que en un índice final recoge los todos los nombres de personas y lugares que aparecen en la documentación, facilitando su manejo.

Aparte del esfuerzo personal que me supuso ese trabajo de documentación y la redacción de la novela, quiero poner de relieve la aportación de todas las personas citadas, sin la cual El retiro del templario no hubiera sido posible. A todos ellos mi reconocimiento agradecido.

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[1] Fueron publicadas por Aurea Javierre Mur con el título: “Aportación al estudio del proceso contra el Temple en Castilla”, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, LXIX-1 1961, págs. 47-100.
[2] Es la tercera parte de una obra más amplia Las gestas de los chipriotas, escrita en francés medieval. Además del texto original, pude disponer de la edición inglesa de P. Crawford (The ‘Templar of Tyr’. Part III of the ‘Deeds of the Cypriots’. Aldershot, Ashgate, 2003) y, mejor aún, de la edición italiana de Laura Minervini (Cronaca del Templare di Tiro 1243-1314. La caduta degli Stati Crociati nel racconto di un testimone oculare. Napoli, Liguori, 2000), con su bella traducción y sus notas sugerentes. Desafortunadamente, esta obra tan interesante aún no ha sido traducida a nuestra lengua.

 

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